Es necesaria la sed de Dios, para salir a su encuentro. Quien no
necesita, no busca. Como hombres que somos, nos surgen situaciones,
oportunidades de quitar el velo y descubrir. Pero tiene que haber una semilla.
O la tierra tiene que estar removida. El corazón debe estar preparado para la
búsqueda. Dispuesto a un camino largo, y que no tiene fin. Que se recorre por
el placer mismo de esa búsqueda, saboreando cada momento de encuentro.
Encuentros que suelen ser fugaces, pero plenos de significado. En esa fugacidad
está la clave: un instante, un flash que nos despierta la conciencia, y luego
el tiempo para tamizar, para desgranar, para descubrir significados alimentando
el alma para continuar el camino.
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