lunes, 7 de septiembre de 2009

Casualidad.

Volvía del colegio con una amiga y compañera de sueños y caminos. Conversábamos acerca de cómo Dios se hace presente en las personas. Cómo podemos encontrarlo en todos lados, si aprendemos a mirar.

Nos detuvimos en la esquina de casa. La charla se había puesto buena. Seguíamos enfrascados en la conversación, cuando hizo su aparición. Aparentaba unos 50 años. Vestía –se podría decir- de una manera extravagante. Al menos para la “normalidad “a la que estamos acostumbrados: mezcla de hombre y mujer. Aunque era varón, sus maneras eran las de una “diva”. Ese fue el primer impacto. El segundo fue cuando comenzó a hablarnos.

Estaba buscando su casa. Se notaba que estaba perdido. Lo orientamos con los datos que nos dio, pero igual se quedó contándonos de su vida. Necesitaba la compañía de alguien que lo escuchara.

Así comenzó a contarnos algunas cosas del día a día. Que tenía novio, con el cual vivía. Que trabajaba “en la calle” (mientras hacía el gesto de quien revolea una cartera, para que no quedaran dudas)… Que le gustaba ser prolijo, aunque ese día no lo estuviera… Y siguió la conversación. Una persona muy amable, y muy educada.

Entonces, nos dijo: “Me llamo Cristopher”. Con Lali nos miramos. En un segundo pasó por nuestras cabezas y nuestras miradas la conversación que veníamos teniendo. ¿Casualidad? Alguien me dijo hace tiempo que “casualidad” es el seudónimo que usa Dios cuando no quiere darse a conocer…

De cualquier manera, no pudimos dejar de ver en Cristopher el rostro de Jesús, con toda su dignidad de Hijo de Dios.

Cuando siguió su camino, saludando muy agradecido, confirmamos lo que habíamos estado charlando. Dios se hace presente en cada ser humano. Pero sobre todo en los marginados.

Siempre queda una pregunta pendiente: Si Jesús viniera hoy, si se encarnara nuevamente o, como dice s. Juan “pusiera su morada entre nosotros”… ¿a la casa de quién se invitaría a comer? ¿Qué calles recorrería? ¿En la casa de quiénes dormiría?

Podría intentar una respuesta. Tal vez todos podríamos tener una a la medida. Por lo pronto, prefiero pensar que ese día Jesús nos regaló, en esa esquina, unos minutos de su tiempo.

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